MÉXICO Ciencia - 

En la mitología como en su hábitat natural, el ajolote mexicano se niega a morir

Ser la encarnación de un dios prehispánico no lo salva de su inminente extinción: el ajolote, un anfibio endémico de México que podría esconder en sus genes el secreto de la eterna juventud, se enfrenta a predadores y sustancias tóxicas que gangrenan su hábitat.

La viscosa criatura (Ambystoma mexicanum), cuyo color puede ir del blanco lechoso al negro absoluto pasando por un verde olivo y pinto, es endémico de los laberínticos canales de Xochimilco, una zona de humedales al sur de Ciudad de México.

El ajolote vivía ahí desde épocas prehispánicas, y con sus 30 cm llegó a ser depredador punta del ecosistema. Sin embargo, su panorama fue tornándose apocalíptico.

Aunque puede desovar hasta 1.500 huevecillos cuatro veces al año, actualmente solo existen 0,3 ajolotes por km2 contra los 1.000 que había en 1996, según un censo de este año realizado por la pública Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).

Esto se debe a la "mala calidad del agua", ahora contaminada por drenajes de la creciente urbanización, pesticidas de agricultores aledaños y deshechos de los miles de turistas que cada semana comen y bailan sobre coloridas trajineras (balsas) que recorren los canales, explicó a la AFP Cristina Ayala, experta en ciencias biológicas.

Además, el gobierno insertó en los setenta miles de peces ajenos, como la carpa de China, que devora los huevos y larvas de ajolote, y la tilapia de África, que representa para el anfibio mexicano un invencible competidor por el alimento.

Con sus ojos que nunca se cierran -porque no tiene párpados- y sus branquias erizadas como una corona de coral, el ajolote, que en náhuatl (axólotl) significa "monstruo acuático", es una de las raras especies de salamandra que se rehúsa a la metamorfosis.

Aunque puede vivir hasta 20 años en cautiverio nunca deja de ser larva; se reproduce y muere en ese estado infantil y jamás toca tierra firme. Además, es altamente resistente al cáncer y tiene una impresionante capacidad de regeneración, incluso en tejidos tan complejos como el del cerebro.

Estas habilidades han seducido a los biomédicos, que estudian la programación celular de los ajolotes con el objetivo de regenerar órganos y extremidades en personas que sufren malformaciones o accidentes.

Según la mitología azteca, el ajolote es la última encarnación del dios del fuego Xólotl, el único entre sus pares que se negó a sacrificarse para poner en movimiento el Quinto Sol, la era de la creación de la humanidad.

En el mundo de los mortales, un grupo de científicos de la UNAM -con el auspicio de la británica Universidad de Kent- continúa la leyenda con un proyecto que busca salvar al animal.

No se trata de reproducir ajolotes de probeta y soltarlos a su ecosistema enfermo, sino de convencer a los agricultores de abandonar los pesticidas y mantener los canales que bordean sus cultivos libres de contaminación y especies ajenas, para que el ajolote florezca. A cambio, sus productos gozarían de una etiqueta ecologista y el valor agregado que supone en el mercado.

Por el momento existen tres canales experimentales que han logrado reproducir una centena de individuos, explicó Horacio Mena, coordinador del proyecto, que también incluye un criadero en laboratorios para garantizar la diversidad genética.

La localización de estos "refugios" se ha mantenido en secreto para evitar que los ajolotes sean robados y vendidos en el mercado negro como mascota o pócimas medicinales, pero los científicos están convenciendo a una decena de agricultores para adoptar su sistema, capaz de mantener los canales limpios a través de plantas acuáticas.

El ajolote "se está desarrollando en muchos laboratorios del mundo, en acuarios (...) Aunque está preservado artificialmente, vive una vida más moderna, cosmopolita y trasnacional", dice irónicamente Roger Bartra, un reconocido antropólogo que usó la neotenia del anfibio como metáfora de la identidad del mexicano postrevolucionario: un ser "estancado en una aparente juventud eterna", incapaz de abordar la modernidad.

La fascinación por esta salamandra que no pasa de boceto empezó a expandirse con el naturalista Alexander von Humbolt y llegó hasta la pluma del argentino Julio Cortázar, quien descubrió en ella "la presencia de una vida diferente, de otra manera de mirar".