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"Rope Jumping", un salto extremo al vacío con una cuerda

A los 9 años, Michal Trzajna se rompió las dos piernas saltando de un balcón desde un segundo piso. Trece años después, a este joven polaco le cuesta explicar qué le impulsa a lanzarse desde un acantilado, 200 metros por encima del mar, atado a una cuerda.

Lo que no ve es ninguna relación con su accidente siendo niño: "Entonces hice caso a mi hermano de manera inconsciente", explica. A sus pies tiene ahora imágenes de tarjeta postal, como la playa del Náufrago, en la isla griega de Zante.

En un cuarto de segundo, el cuerpo de Michal desaparece de la plataforma y un clamor se escucha en la playa, mientras él se precipita hacia los bañistas.

En este decorado de película, la caída se interrumpe a unos metros del suelo y se convierte en un balanceo tranquilo, mientras surgen las preguntas: ¿Cuerda elástica? ¿Paracaídas?

Ni lo uno ni lo otro, sino una simple cuerda de alpinista. "La cuerda atada al arnés del saltador no está fijada a la plataforma, como en el puentismo" sino a otra cuerda situada horizontalmente entre el punto de partida y el acantilado de enfrente, explica Lukas Michul, antes de empezar a subir a su compañero.

En el momento en el que la cuerda del saltador se tensa, cerca del suelo, su cuerpo empieza a oscilar de un lado a otro, suspendido de la cuerda horizontal. De ahí el nombre, "salto pendular". O "Rope Jumping", como se conoce en inglés y en muchos casos internacionalmente.

"La ventaja en relación al salto con cuerda elástica es la longitud de la caída libre, un 80% de la altura, mientras que con la elástica la caída propiamente dicha se limita a un 35 o 40% de la altura", explica Michal.

Con cuerdas bien fijadas, el riesgo es nulo, afirman estos dos muchachos: la instalación es milimétrica, con un cálculo de peso, tensiones y longitudes.

Durante una expedición en Noruega, "la colocación de las cuerdas nos costó diez días, aquí fue más corto", cuenta Lukas, al que ese estudio físico apasiona tanto como el salto propiamente dicho.

La colocación del sistema de anclaje constituye la fase más delicada del 'Rope Jumping' extremo, el que desafía montañas, acantilados y rascacielos.

Nacida en los años 90, la disciplina está hoy en el catálogo de varios clubes de puentismo o de vuelo libre, que proponen a los debutantes saltos de una veintena de metros desde puentes o plataformas.

En su versión extrema, esta práctica sólo cuenta con un pequeño grupo de adeptos: "Hay un grupo de rusos, ucranianos, españoles, lituanos, franceses y nosotros", enumera Lukas.

Estos polacos han bautizado a su equipo como "Dreamjump" porque tienen un sueño, "dar la vuelta al mundo saltando desde 80 de los puntos más destacados del planeta", afirma Thomas Zielinski, de 37 años.

Thomas no se conformaba con haber sido uno de los pioneros de la disciplina y haber conseguido vivir de ella gracias al club que creó en Polonia.

El programa del grupo incluye saltar desde grutas en Croacia, un viaducto en Francia, rascacielos en Las Vegas y Johannesburgo, el Gran Cañón en Estados Unidos... Pero sin prisas. El grupo, que cuenta con el apoyo de varios patrocinadores, no se pone fechas para cumplir estos retos.

La isla griega de Zante fue recientemente su tercer desafío, después de las gargantas del Verdon, en el sur de Francia, y la montaña de Kjerag, en Noruega. El próximo reto, los 184 metros del Gran Hotel Bali de Benidorm, el más alto de Europa en la costa mediterránea española.

"El primer salto en un lugar nuevo hace que te lata el corazón, que te tiemblen las piernas, que se dispare la adrenalina. Se disfruta con los siguientes saltos", afirma Lukas.

"Cuando consigues controlar tu cuerpo en el aire, la sensación es simplemente única", describe Michal, que resucita otro recuerdo de infancia. "Vivía cerca de un aeropuerto y soñaba con saltar desde los aviones" , reconoce.