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The Last Jedi, un grato alboroto en la Fuerza

"The Last Jedi" (“Los últimos Jedi”) de Rian Johnson, la aventura de "Star Wars" más psicodélica, transgresora e infestada de Porgs hasta la fecha, provoca un grato alboroto en la Fuerza.

A diferencia del alarde de nostalgia que fue "The Force Awakens" (“El despertar de la Fuerza”) de J.J. Abrams, el Episodio VIII de Johnson lleva la ópera espacial de George Lucas en nuevas direcciones _ a menudo emocionantes, a veces erráticas _, al tiempo que encuentra la expresión más auténtica de la esencia subyacente de la saga: la camaradería en la resistencia a la opresión. Aunque hay incontables pinceladas familiares — la fuga de rebeldes, la búsqueda espiritual de los Jedi, los problemas derivados por la ausencia paterna — "The Last Jedi" ha descubierto nuevas movidas en la galaxia muy, muy lejana.

Como la segunda entrega en esta tercera trilogía de "Star Wars", "The Last Jedi" es como el resultado invertido de "The Empire Strike Back" (“El imperio contraataca”), por años la súper favorita de los fans. Aunque es, al igual que su parte dos antecesora, a menudo oscura y rara, el filme frecuentemente cómico de Johnson se distingue al cambiar drásticamente la dinámica de poder tradicional de los héroes y personajes secundarios en la galaxia de Star Wars.

Aquí, el piloto temerario que desafía las probabilidades (Oscar Isaac como el piloto de la Residencia Poe Dameron) es un impetuoso chovinista en desacuerdo con una comandante (Laura Dern, con el cabello morado). "Saca la cabeza de la cabina", lo regaña Leia (la difunta Carrie Fisher, a quien está dedicado el filme). La relación maestro-aprendiz — previamente Yoda entrenando a un joven Luke Skywalker (Mark Hamill) en un remoto planeta pantanoso — ahora se inclina más hacia Rey, la joven Jedi (Daisy Ridley) enviada a remover a un monástico Skywalker de una isla barrida por el viento e infestada de Porgs. Y en vez de un derrame de tripas de Tauntaun, momentos de reflexión sobre los derechos de los animales se cuelan en la galaxia: a punto de pegarle un mordisco a su cena asada, Chewbacca, con un triste gemido, es sacudido por punzadas de duda.

El mejor toque de Abrams en su alegre y diestro relanzamiento fue su elenco diverso — en particular Ridley y John Boyega, como Finn, el Stormtrooper convertido en tipo bueno. Pero Johnson, que también escribió la película, ha ido más allá para agitar los papeles y ritmos familiares de Star Wars. Dispersa y ágil, "The Last Jedi" no reza en su propio altar, a menudo minando su propia grandiosidad.

Esos quiebres de forma — en el pasado más reservados a un risueño Harrison Ford — desconcertarán a algunos puristas. En particular en las surrealistas escenas aisladas de Rey y Luke — donde Luke, con una espesa melena gris y los modales de un ermitaño, aparece bebiendo la leche materna de una enorme criatura y saltando de una roca a otra con una gran vara — "The Last Jedi" llega al filo de lo cursi.

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No sorprende que Johnson, el director del filme noir sobre viaje en el tiempo "Looper", ha hecho una película llena de inversiones ingeniosas. Lo asombroso es que haya hecho una cinta de "Star Wars" que trata de no tomarse a sí misma muy en serio y al mismo tiempo ser más emotiva.

Pero antes de llegar a su considerable recompensa, "The Last Jedi" se siente perdida, como intentando sujetarse a su propósito. A diferencia de las películas previas, la menos táctil "The Last Jedi" no aborda mucho la construcción de mundos y su sentido de lugar no es tan firme. Como una cinta de viajes intergalácticos, es una decepción.

Sin embargo hay excepciones, especialmente en las cámaras del Líder Supremo Snoke (Andy Serkis ampliando su galería de papeles grotescos). La madriguera de Snoke, bañada en un místico rojo escarlata, parece sacada de "Eyes Wide Shut" (“Ojos bien cerrados”) de Kubrick.

Johnson también carece de lo que Lucas y Abrams reconocieron como el arma más potente de la franquicia: Ford. Como chico de la pradera convertido en caballero, Hamill nunca ha sido el alma de la saga. Aunque Luke tiene su gran momento, "The Last Jedi" no le hace ningún favor anclándolo en una implacable roca dentada lejos de la acción, con una historia de fondo llena de arrepentimiento.

En cuanto al hecho de que se trata de la última película de "Star Wars" con Fisher, es una lástima que no haya tenido un papel más protagónico. (La próxima cinta iba a ser suya, del modo en que Ford y ahora Hamill han tenido las de ellos). Pero Fisher hace que cada una de sus escenas cuente.

Y mientras Isaac ha sido presentado como un posible heredero de Ford, Boyega es el actor que me dejó queriendo más tras ver los episodios VII y VIII. La desventaja de una historia cuyos personajes se mueven por la galaxia es que la nueva generación de protagonistas de Star Wars no ha tenido tiempo para los pequeños gestos que moldearían sus personajes — los primeros planos que tuvieron sus predecesores. Aun después de dos filmes, Rey es más un espíritu imparable que una persona completa.

Pero "The Last Jedi" logra adquirir impulso. Al echar abajo parte de la vieja mitología, Johnson entra en un nuevo territorio. Por primera vez en mucho tiempo se siente que una película de "Star Wars" es avanzada.

Gran parte de ese sentido de progreso viene del personaje de Rose Tico (una superlativa Kelly Marie Tran), una trabajadora de mantenimiento que es arrojada a un papel esencial en la rebelión. Es ella quien le da voz al mensaje perdurable de la película, uno que — como la primera cinta de "Star Wars" en la era de Trump — tiene una emotiva resonancia. La Resistencia ganará, dice Rose, "no luchando contra lo que odia" sino "salvando aquello que amamos".

"Star Wars: The Last Jedi", un estreno de Walt Disney Co., tiene clasificación PG-13 (no recomendada para menores de 13 años) en Estados Unidos por "secuencias de acción de ciencia ficción y violencia". Duración: 152 minutos. La AP le da tres estrellas de cuatro.

FUENTE: AP