El laureado director Woody Allen se preocupa fundamentalmente de dos cosas cada vez que se anima a producir una película; la primera es que se filtre el argumento o detalles importantes de la trama antes de su estreno, y la segunda es que sus actores pierdan frescura a la hora de interpretar a sus personajes.
Para solventar ambos retos, el cineasta usa siempre el mismo remedio: dar a sus intérpretes únicamente las frases que van a recitar o, como en el caso de Emma Stone, prestarles el guión durante un par de horas para que le echen un vistazo rápido.