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Guerras, depresión, suicidio: los veteranos de EEUU hallan consuelo

Roger King tenía 19 años cuando se alistó en los marines en 2005. Salió en 2009, tras dos temporadas en Irak y cuando la bala de un francotirador casi le cuesta la vida.

Pero eso no fue nada en comparación con los problemas que tuvo cuando entregó el uniforme. Estado de hipervigilancia permanente, ansiedad, dificultades para estar en grupo: padecía trastorno de estrés postraumático (PTSD) y traumatismo cerebral TBI (Traumatic Brain Injury), dos males que afectan a los veteranos del primer ejército del mundo, involucrados desde 2001 en interminables conflictos en Irak y Afganistán.

King comenzó a beber, se deprimió. Con pudor, este hombre de 33 años fuerte como una roca confiesa que intentó suicidarse dos veces.

Russell Keyzer, de 42 años, se alistó en la Guardia Nacional estadounidense justo después de los atentados del 11 de septiembre de 2001.

Con recuerdos recurrentes, insomnio o crisis de pánico, Keyzer también padeció los síntomas del PTSD luego de dos años en la fuerza internacional de la OTAN en Kosovo, donde periodos de relativa estabilidad se alternaban con disturbios violentos.

Tras su regreso en 2008, se hundió en el alcohol y la depresión. Su matrimonio terminó, se quedó sin hogar. Siete veces intentó poner fin a sus días, contó.

Hoy ambos dicen que están mejor, en parte gracias a una terapia grupal para excombatientes, el Joseph Dwyer Project, una asociación creada en 2012 en la península de Long Island, en el estado de Nueva York, en homenaje a un héroe de la guerra en Irak que se suicidó tras su regreso en 2008.

Distendidos, cuentan sus años negros en una reciente "jornada de bienestar" organizada por la asociación en un parque de Center Moriches: pícnic, saludo a la bandera, yoga, meditación, kayak... Una serie de actividades destinadas a alimentar el sentimiento de seguridad y camaradería.

Una asociación de este tipo "debería haber sido creada hace tiempo", dice King, hoy animador de una filial del Dwyer Project que reúne cada semana a una decena de veteranos.

"Pensamos en Alcohólicos Anónimos, en Drogadictos Anónimos, pero nadie había pensado que la misma cosa funcionaría para los excombatientes (...) que haya amistad y camaradería entre diferentes generaciones".

"Si hubieran existido recursos adaptados cuando regresamos, no hubiéramos llegado a este punto, no hubiéramos caído en la droga y el alcohol", subraya Keyzer. "Pero las cosas mejoran lentamente, hay cada vez más programas para los veteranos".

De hecho, los grupos de apoyo psicológico como el Dwyer Projet se multiplican en Estados Unidos, prueba de los esfuerzos de la primera potencia mundial para ayudar a sus 20 millones de excombatientes -cerca de 10% de la población adulta estadounidense- a sobrellevar sus dificultades e incluso sus pulsiones suicidas.

Porque muchos están en las antípodas del veterano orgulloso y sonriente, como los que se vieron en la reciente conmemoración del 75º aniversario del desembarco de Normandía.

Entre 2008 y 2016, más de 6.000 veteranos -muchos de los cuales disponen de armas de fuego- se suicidaron cada año, según un informe publicado a fines de 2018 por la secretaría estadounidense para excombatientes.

En 2014, la cifra correspondió a unos 20 suicidios por día.

En comparación, 6.951 militares estadounidenses murieron en operaciones entre 2001 y 2018, según un reciente análisis de la Universidad Brown.

En este contexto, la secretaría para excombatientes, que administra unos 1.200 hospitales y policlínicas reservadas a los veteranos, hizo de la prevención del suicidio una prioridad nacional, e implementó una línea telefónica antisuicidio que está entre las más solicitadas del mundo.

Lanzada en 2007 con 14 personas, cuenta ahora con tres centros de llamadas y más de 900 empleados en todo el país, indicó a la AFP su director, Matt Miller.

"Los llamados no han parado de aumentar" hasta alcanzar hoy unos 650.000 anuales, subraya.

"Nuestra conciencia (del problema del suicidio) aumenta" entre los militares pero también en toda la población, cuya tasa de suicidio está en alza también, aunque es inferior a la de los veteranos, explica.

Un medio siglo después del infierno de Vietnam, y 17 años después del inicio de la intervención estadounidense en Afganistán, "hay una mayor toma de conciencia" de las necesidades de los veteranos, aunque aún "queda mucho por hacer", estima Marcelle Leis, directora del Dwyer Project tras 20 años en la Guardia Nacional.

Contrariamente a las guerras en Vietnam o Corea, explica, los militares enviados a Irak y Afganistán desde 2001 "encadenan los despliegues" y "sufren de estas idas y vueltas en estado de hipervigilancia".

Al regresar, cuando enfrentan problemas "no están acostumbrados a pedir ayuda (...) Una gran parte de nuestro trabajo consiste en enseñarles a pedir ayuda, en enseñarles que ser fuertes también es eso".

Si bien la línea telefónica de emergencia recibe muchos llamados de excombatientes de Vietnam, muchos de estos también se movilizan, sobre todo a través de la terapia grupal, para ayudar a los jóvenes veteranos.

"Eso vuelve a dar sentido a sus vidas, los ayuda a curarse", dice Leis.

King recuerda a un exveterano de Vietnam que lo orientó hacia una psicoterapeuta, primera etapa en su curación.

Aunque no excluye todavía atravesar otros momentos difíciles, el exmarine, ahora casado y padre de un bebé de tres meses, tiene proyectos de futuro: acaba de finalizar una licenciatura en historia y espera pronto ser profesor de secundaria.

Si bien extraña la adrenalina del combate, el fin de semana trabaja como bombero para hallar la misma sensación.

"Cuando suena la sirena, siento que la sangre me sube: ¡salgo a salvar a alguien!", dice sonriendo.

FUENTE: AFP