México Internacionales - 

Para los migrantes hondureños, el viaje al norte es personal

Un deportado de Estados Unidos intenta regresar a la vida que tardó más de una década en construir. Una mujer cuyo esposo militar ya está en ese país con su hijo de 4 años. Un adolescente desesperado por ganar dinero para apoyar a su madre diabética en casa.

La caravana de migrantes centroamericanos que viaja por el sur de México _con aproximadamente 7.000 personas, casi todas hondureñas_ ha estado en los titulares noticiosos de Estados Unidos cuando faltan menos de dos semanas para las elecciones legislativas estadounidenses del 6 de noviembre.

Sin embargo, la mayoría de los que caminan en el sofocante clima tropical, que duermen en el piso en plazas y dependen de la comida donada por residentes locales desconocen las preocupaciones políticas en Estados Unidos e incluso que se avecinan las elecciones.

Aunque muchos mencionan las mismas razones para emigrar _pobreza, violencia_, sus historias individuales son profundamente personales.

“MI RÉCORD ESTÁ LIMPIO”

David Polanco López, de 42 años, es un exagente antinarcóticos de Progreso, Honduras. Viaja al norte en la caravana con su hija Jenifer, de 19 años, y su nieta Victoria de 3, a quien los adultos se turnan para empujar en su cochecito.

Polanco llegó a Estados Unidos hace 13 años y solicitó asilo después de ser amenazado por narcotraficantes debido a su trabajo como policía. Recibió una fecha para presentarse en la corte, pero reconoce que nunca fue, en parte porque no comprendió las instrucciones del documento, que estaban en inglés.

Polanco echó raíces en Arizona: se casó y consiguió una casa. Pensó que mientras se mantuviera alejado de problemas, estaría bien.

“Si me agarran cometiendo una felonía, perfecto, que me deporten”, dijo Polanco. “Pero mi récord está limpio”.

Hace tres meses llamó la atención de las autoridades migratorias estadounidenses cuando iba al trabajo con un amigo y la policía de Arizona los detuvo. Después de eso, agentes migratorios llegaron a su casa, le pidieron que saliera al exterior y lo arrestaron, contó.

Tras ser deportado, inmediatamente emprendió el camino de vuelta a Estados Unidos con la caravana esperando reunirse con su esposa mexicana.

“Me vine huyendo del narcotráfico. La policía de Estados Unidos lo sabe. Me decían que yo estaba habilitado para asilo político y no me lo dieron”, dijo Polanco mientras descansaba a la sombra de una gasolinera en el estado mexicano de Chiapas, en el sur del país. “No puedo estar en Honduras porque mi vida corre peligro”.

Polanco dijo que nunca dejará de intentar volver a territorio estadounidense. Ahí está su hogar, su familia y su tierra. Lleva 13 años pagando impuestos en Estados Unidos y nunca invirtió un centavo en Honduras porque “no sirve para vivir, es peligroso”.

“Si me deportan, vuelvo a venir”, dijo Polanco, “porque mi lugar es allá”.

"ES DEMASIADO"

Han pasado siete meses desde que Alba Rosa Chinchilla Ortiz, una joven de 23 años de Amapala, Honduras, vio a su hijo de 4 años.

El padre del niño es un exsoldado quien, como Polanco, recibió amenazas de muerte por su trabajo. Tres veces sobrevivió intentos de asesinato, dijo Chinchilla. Solicitó asilo en Estados Unidos y desde entonces ella ha intentado reunirse con él y su hijo.

La vida en el camino ha sido exigente. En un momento dado Chinchilla se preocupó de que estaba demasiado exhausta para continuar. Sigue avanzando, pero teme los peligros a los que podría enfrentarse más adelante, como los cárteles de México que se sabe secuestran a migrantes, los toman como rehenes a cambio de un rescate y los matan.

La separación ha sido casi más de lo que puede soportar.

“Las ganas de ver a mi hijo son demasiadas”, dijo desde la ciudad de Huixtla, rodeada de decenas de otros migrantes y empleados de la Cruz Roja Mexicana.

Sollozando, se secó las lágrimas con su pulgar e índice.

“Es lo único que me motiva, mi hijo”, dijo Chinchilla.

“TRATAMIENTO PARA MI MAMÁ”

Aquellos que van al norte con frecuencia mencionan reunirse con su familia en Estados Unidos. Marel Antonio Murrillo Santos hace lo opuesto: deja a sus parientes en Copán, Honduras.

Después de que sus padres se separaron hace cinco años, Murillo se convirtió en el principal sostén de la familia a los 13 años. Su mamá es diabética, por lo que está débil y perdió un dedo en cada pie.

Con una camiseta café en cuello V, Murillo dijo que se fue con sólo 500 lempiras (como 20 dólares) en el bolsillo, algo de ropa y un par de zapatos adicionales. Un amigo le contó de la caravana y al instante decidió irse hacia Estados Unidos, donde espera pasar cinco años trabajando y ahorrando.

“Lo que quiero hacer más que todo es darle el tratamiento a mi mamá que ella necesita para la salud”, dijo Murillo. “Construir una casa para ella, tener un poco de dinero en el banco y, si puedo, también invertir en algo o poner un negocio a mi mamá, que ella lo esté administrando”.

Kilómetro tras kilómetro, este hombre ahora de 18 años, con cara de niño y una barba de candado negra y rala, constantemente piensa en su casa, su madre y su hermano de 5 años.

“Cuando voy a comer, me pregunto si ellos también habrán comido, en dónde estarán, si estarán bien de salud”, dijo Murillo. “Paso el día pensando en ellos hasta cerrar los ojos y dormir”.

“TE VAN A MATAR”

Si hay alguna duda de que Honduras es un lugar peligroso, basta hablar con Joshua Belisario Sánchez Pérez, un joven de voz suave que desempeñó trabajos inusuales en la capital, Tegucigalpa. En casa tuvo la mala fortuna de vivir en uno de los barrios más peligrosos en una ciudad atestada de ellos.

Esta semana habló con The Associated Press durante una entrevista que se transmitió en su país y, posteriormente, pandilleros se presentaron en casa de su madre, enojados porque había hablado de la violencia de las pandillas (maras) que lo obligó a huir.

“Porque hablaba yo de mucha mara y mucha delincuencia”, dijo Sánchez.

“Mi mamá me dijo que vinieron a la casa y que ‘te vieron en las noticias’”, continuó. “Si aquí regresas, te van a matar”.

FUENTE: AP

En esta nota: