Uno tras otro los caballos y sus jinetes van saltando a través de las hogueras que jalonan las estrechas calles de San Bartolomé de Pinares, a unos 100 km al noroeste de Madrid, en un baile con las llamas que tiene cientos de años.
"No se sabe cuánto tiempo tiene esta tradición. Mi abuelo me decía que ya su bisabuelo también la seguía", cuenta a la AFP Diego Martín, de 34 años de edad, quien este año ha asumido las funciones de mayordomo de la fiesta de "las luminarias".
"Se dice que puede tener 300 o 400 años", añade Martín, que, como mayordomo preside los festejos y a lomos de su caballo de raza española "Fiel" abre el cortejo de unos 150 jinetes, que saltan sobre las llamas en la noche del jueves, víspera de San Antón, patrón de los animales.
Los caballos, que han sido previamente bendecidos, recorren las hogueras diseminadas por el pueblo con las crines y las colas cuidadosamente recogidas en trenzas para evitar que puedan quemarse cuando saltan por encima o, como hacen muchos, por el costado de la hoguera, sobre la que se echa un poco de agua para producir más humo "purificador".
"Hubo una epidemia que acabó con todos los caballos del pueblo. Desde entonces se hace esto para purificarlos, para preservarlos de cualquier mal pidiendo la protección del santo", explica Libertad Gómez, una joven amazona de 20 años, que lleva desde los 7 años saltando las "luminarias" y una de las pocas mujeres que lo hacen.
"Más que una tradición, para nosotros es un sentimiento. Algo que se vive prácticamente desde que naces", añade Libertad, que, en compañía de decenas de jinetes recorre las adoquinadas calles de este pequeño pueblo de la provincia de Ávila, de apenas 600 habitantes, para saltar las altas llamas que desprenden las hogueras e impregnarse del "humo del santo".
El humo llega a ser tan espeso que pican los ojos y da un aspecto fantasmagórico al dúo jinete y montura en el momento del salto, lo que no impide que hasta los más jóvenes tomen parte en una tradición que pasa de padres a hijos, como lo demuestra el joven Alejandro Núñez, de diez años, que salta por segundo año con un caballo blanco.
"Me gusta mucho. Al principio da un poco de miedo, pero luego se pasa", afirma este jovencito, equipado con su casco y una bufanda a cuadros para protegerse la boca y la nariz del humo, quien había empezado a saltar apenas con cuatro años con su padre.
De esta manera, no es difícil ver padres con sus hijos o parejas sobre un mismo caballo en una fiesta que, no obstante, ha recibido críticas de algunas asociaciones protectoras de los animales.
"Mucha gente suelta las riendas y deja que sea el caballo el que elija. Si un caballo no quiere saltar, no salta. Se pasa por el lado", afirma Martín.
"El caballo no sufre. Nunca hemos tenido ningún accidente más allá de algún caballo que resbale y se caiga, pero nada por el fuego. Son nuestros animales y nosotros somos los primeros interesados en que no sufran daño", explica el mayordomo de los festejos, que recuperó una figura que en su familia ya habían encarnado su abuelo y su tío.
De la misma opinión es Igor Villa, un domador profesional de caballos de 40 años, que también es un asiduo a esta fiesta.
"A veces tienen un poco de miedo. Depende del animal, pero no hay peligro para ellos", asegura, montado en un alto caballo español gris y vestido con chaquetilla y pantalones de montar marrones, antes de afirmar "yo vengo siempre que puedo".
Y como él, cientos de personas acuden cada año a esta fiesta que tras una hora de cabalgadas y saltos sobre las llamas deja a los caballos "purificados" en el pueblo de "San Bartolo" hasta el próximo año.