En las últimas semanas estuve haciendo en la revista matutina TU MAÑANA, en Telemetro, cambios de look a varones.
Aun muy arraigado en nuestra cultura el pensamiento de que el hombre no se fija mucho en su apariencia, la mayoría de las solicitudes vienen de parte de las mujeres de su vida: esposas, madres e hijas.
Un hombre, igual que una mujer, es tan guapo o atractivo como él desee serlo. Si ponerse una camisa fea, desgastada o mal entallada, toma los mismos 3 minutos que ponerse una bonita y que le quede WOW, por qué elegir (ni siquiera tener) una fea?
Porque quizás no se fijan o no les importa. No le ponen atención a esas cosas. Repito: si de todas formas hay que vestirse, ¿por qué optar por la opción poco atractiva?
Mi pensamiento es el de muchas esposas, novias, madres e hijas. Si no, no mandarían los cientos de fotos postulando a sus hombres para llevármelos de shopping y sacar lo mejor de ellos.
El gusto de recibir a un caballero vestido con sencillez, o MEJOR AUN, mal vestido, es una promesa. Es el ken de la barbie en la puerta del closet.
Las posibilidades son infinitas. Adiós jean desteñido skinny y roto, hola denim indigo slim, lineal. Adiós t-shirt de talla grande, hola polo rosa con cuello levantado. Hola camisa manga larga arremangada, sexy; adiós camisas manga corta tipo escuela. Adiós camisa color mamey con corbata. Hola, hola, hola camisa blanca de textura, buen cuello y blazer sin corbata.
Vestir a una mujer es ponerla florida, darle motivos, llenarla de vida y belleza.
Vestir a un hombre es darle poder, atractivo, estilo, es magnetizarlo.
Esta semana hago mi último cambio con OSCAR DE LA RENTA. Ha sido un viaje. No sé quién será mi nuevo elegido, pero sí sé que la vida no será igual cuando termine de enseñarle a usar sus armas de estilo. ¡No puedo esperar!
FUENTE: María Sofía Velázquez