¿De qué hablan dos mujeres cuando se reúnen? En el caso de Renata Schussheim y Marta Rodríguez Santamaría, la charla siempre las lleva a un mismo hombre; una, como artista plástica y gran amiga, la otra como compañera afectiva. Lo cierto es que ambas tienen invariablemente un solo nombre entre labios: Vinicius de Moraes.
En honor al gran poeta y compositor carioca, como festejo del centenario de su nacimiento, estas dos aliadas y musas de su obra trabajaron durante casi dos años entre archivos y recuerdos para crear la muestra "Vinicius... Saravá!", inaugurada el miércoles en el Centro Cultural Recoleta de Buenos Aires, y pensada como un viaje por la vida del multifacético y pasional artista, padre de las palabras de esa "Garota de Ipanema" que se transformó en el himno máximo de la bossa nova.
"La idea inicial comenzó en 2009. Yo quería homenajear a Vinicius y cerrar cosas pendientes", se remonta en el tiempo Rodríguez Santamaría, quien conoció a De Moraes a mediados de los años 70, durante un verano en Uruguay. Por entonces ella tenía 22 años, él 63, y ambos se enamoraron instantáneamente. "Yo tenía muchas fotos de nuestra vida juntos, durante sus conciertos, con amigos, en viajes. Sentí que era necesario homenajearlo y así la llamé a Renata, para avanzar juntas en el proyecto".
Schussheim, quien diseñó en 1970 la tapa del libro "Para una muchacha con una flor", con textos de De Moraes, tomó el timón artístico de la idea y visualizó una muestra completa y multimedia, con imágenes, música, video e instalaciones.
"Armar este tributo nos movilizó de una manera extraordinaria a las dos", señala la también ilustradora y vestuarista. "Cuando comenzamos a seleccionar el material, a mirar fotografías, escuchar su música, nos removió vivencias y sentimientos de un gran amor".
La primera vez que Schussheim y De Moraes se cruzaron fue en el puerto de Buenos Aires, hace más de cuatro décadas. Por entonces, y luego de una experiencia traumática, el brasileño tenía pánico de viajar en avión y sólo se trasladaba por barco. Esa misma noche, había una gran fiesta en su honor. Entre la concurrencia y la emoción, Schussheim se sintió mal en plena velada.
"Vinicius se sentó a mi lado y me calmó", recuerda la ilustradora. Así comenzó una amistad profunda entre ambos, marcada a fuego por el arte y las trasnochadas interminables, un componente que se evidencia en las fotografías del homenaje, donde se adivinan rostros como los de Chico Buarque, Toquinho y María Creuza, un jovencísimo Tom Jobim, el arquitecto Oscar Niemeyer, los músicos argentinos Astor Piazzolla y Nacha Guevara, el futbolista Pelé -a quien, irónicamente, el compositor conoció en Argentina- y hasta los de Carmen Miranda y Orson Welles, quien fue amigo y maestro de cine de De Moraes durante la temporada de este último como vicecónsul en Los Ángeles, a mediados de los años 40.
"Toda la gente quería muchísimo a Vinicius y eso se refleja en las fotos que elegimos. Cómo abraza, cómo mira a los otros... Él llegaba a Buenos Aires y nos arrasaba", evoca Schussheim. "Se quedaba diez días y, quienes éramos sus amigos, dejábamos de lado nuestros planes, nuestras agendas, nuestras rutinas, para sumirnos en ese torbellino intenso que él era".
De Moraes, quien compuso alrededor de 400 canciones hasta su fallecimiento, en 1980, fue también dramaturgo, periodista, guionista y diplomático pero, fundamentalmente, es recordado por quienes lo conocieron como un entrañable amigo y un emblema de un momento mágico para el arte, la época de las "casas abiertas", cuando decenas de virtuosos y bohemios se reunían toda la noche a componer, y salían ya con el sol en alto y la guitarra bajo el brazo.
Como indica su ex esposa: "En su tema 'Agua de beber', él dice 'Mi casa vive abierta, abrí las puertas del corazón'. Así pensaba él. Algunos bromeaban con la situación y decían que muchos de los que iban allí no conocían a Vinicius, sólo entraban porque en esa casa se servía whisky del bueno", ríe.
Los recuerdos, al igual que la obra del poeta y compositor, no tienen fin. Cada fotografía, cada rincón de la muestra abre en estas dos mujeres una página de anécdotas, siempre felices, siempre risueñas, que permiten imaginar a De Moraes sumergido durante horas en su tina, cada tarde, recibiendo allí a sus amigos -libre de toda formalidad- e invitándolos incluso a compartir varios tragos en ese peculiar entorno. O el día en que, a punto de abordar un vuelo junto con Toquinho y la cantante italiana Ornella Vanoni, su maleta de mano cayó accidentalmente, algo que él entendió como un mal presagio y por el cual dejó allí solos a sus colegas en medio de la pista, negándose a viajar.
La idea con "Vinicius... Saravá!", que comenzó su periplo en Buenos Aires, es trasladarla próximamente hacia el norte, a Río de Janeiro, la ciudad donde De Moraes llegó y dejo este mundo, con poco más de 66 años.
"Es una muestra compleja y eso dificulta su traslado. Pero sería una locura no llevarla a Brasil porque esto no sólo es un homenaje a un artista, es un tributo también a su público, que disfruta con su música", coinciden las organizadoras. "Para nosotras, Vinicius no es simplemente un artista, su obra hace bien. Vinicius es terapéutico".