Una decena de niños miran hipnotizados el fuego que calienta una olla gigante mientras aguardan que se cocine un guiso de legumbres y carne. Cual chef profesional, Martín Benítez arroja especies y revuelve la preparación con una cuchara larga de madera. Por un pasillo apenas alumbrado, aparecen mujeres con recipientes vacíos atraídas por un aroma que hace tiempo no sentían.
El hogar de Benítez de una planta, ladrillo a la vista y techo de chapa está justo al lado del “búnker” donde se hallaron dosis de la sustancia.
“Paré hace ocho meses porque (los narcomenudistas) se agarraban a tiros. Cocino en la calle, y la gente viene a buscar cuando yo cocino y el miedo era que alguien salga herido, un chico, una madre, una embarazada, una persona mayor”, relató Benítez, de 35 años y militante de una organización social que le provee los alimentos. Contó que no hace mucho “hasta allá llegaba la fila de los que venían a comprar droga”, señalando en dirección a un patrullero de la policía que a unos 200 metros custodia uno de los accesos al barrio.
Alrededor de la fogata que calienta la olla de guiso, un grupo de vecinos que aguardan su porción susurran en voz baja: “Todo empeoró con la pandemia”.
Puerta 8 es una de las decenas de villas miserias que crecieron en los suburbios de la capital argentina al ritmo de las sucesivas crisis económicas. Se desconoce cuántas personas vive entre sus 150 y 200 casas. Aunque surgió en la década de 1980 en el distrito de San Martín, nunca fue urbanizada. No hay cloacas y por momentos se torna irrespirable el aire en algunos de sus pasillos angostos. También la impregna el olor que expiden los mataderos de la zona y, dependiendo el viento, el predio donde se procesa y recicla la basura proveniente de la capital.
A la hora de la siesta las calles son invadidas por niños que corretean descalzos y se entretienen con tirachinas. Pocos adultos los controlan, ya que la mayoría todavía no regresan de sus trabajos como empleadas domésticas, en frigoríficos o del recorrido de calles con carros en busca de cartones, latas y plásticos para vender.
“Hay chicos que no comen, se toman un té a la noche. Esa es la realidad de esta villa, se necesita alimento, zapatillas, vas a ver a muchos chicos descalzos”, comentó Graciela Delgado, una desempleada de 56 años mientras Benítez le servía guiso y un trozo de pan para alimentar a su hijo discapacitado.
Argentina reportó más de 40% de pobreza en 2021, pero supera el 50% en el segmento de niños y adolescentes, según UNICEF. A su vez, el ministerio de Educación reconoció que un millón de alumnos, especialmente de los sectores de más bajos recursos, abandonaron la escuela en 2020 cuando se suspendió la presencialidad a causa del virus.
Los más jóvenes del barrio “encuentran en el negocio éste (la venta de drogas) la facilidad de la plata. Ganan más de lo que uno puede ganar trabajando legalmente”, lamentó Benítez. “Se les hace más fácil conseguir la plata. Si sos un drogadicto, enfermo, se meten en eso para conseguir su droga más fácil. Y están con el tema de la ropa de marca y las zapatillas para decir si ‘sos más o menos’”.
Soledad Campos, madre de Nicolás, de 18 años y el único de los vecinos de Puerta 8 detenido en la causa por la cocaína adulterada, reveló que a su hijo le pagaban 2.000 pesos (18 dólares) por día como “esquinero” (custodio) del búnker de drogas del barrio.
Según la policía, la ubicación estratégica de esta villa miseria en el cruce entre una ruta nacional y una autopista la convierten en un punto ideal para la comercialización de estupefacientes.
Los investigadores del caso dijeron que la cocaína fue adulterada con “Carfentanilo”, un opioide extremadamente más potente que la heroína y que se usa para adormecer animales de gran tamaño. Se desconoce cuál fue el propósito de la maniobra.
Los vecinos de Puerta 8 están convencidos de que la droga no se preparó allí y suponen que la adulteración de la cocaína es otro capítulo de los enfrentamientos cada vez más violentos entre bandas de narcomenudistas por territorio.
El reflector de un helicóptero de la policía que sobrevuela el barrio disipa por momentos la penumbra de sus calles.
Maylen, una joven de 20 años embarazada de su segunda hija, agradece el plato de comida a Benítez y antes de irse mira al cielo. “Esto va a durar un par de semanas y después va a ser la mierda de antes”.
FUENTE: Associated Press