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Rosalie Vada destaca el feminismo de Agnès desde los 70

Rosalie Varda tiene una herencia cinematográfica enorme. No sólo es hija de una directora mundialmente reconocida, sino de una directora que a través de sus personajes y dinámicas de trabajo fue pionera del feminismo en el cine.

“Es interesante que en 1976 en su película ‘Una canta y la otra no’, ella (Agnès) decidió tener un equipo técnico 50% de mujeres y 50% de hombres”, dijo Varda en una charla reciente con periodistas en el Festival Internacional de Cine de Morelia, donde se dedicó un programa especial a su madre, fallecida en mayo de este año. “O sea que era posible en el 76. Ella tenía esta idea de que no había un oficio imposible para las mujeres, fuera quizá, de cosas que requirieran una fuerza física que algunas de ellas no tienen”.

Estuvo de acuerdo con la noción de que una carrera en el cine es difícil, pero también con que ser mujer no debe ser un impedimento. “Hay que ir hacia la excelencia”, señaló.

Consideró que el cine de su madre es uno que plantea interrogantes que ponen al frente a las mujeres, como “Cléo de 5 à 7” (“Cleo de 5 a 7”), sobre una joven cantante bella e hipocondriaca con miedo a morir, o “L'une chante l'autre pas” (“Una canta, la otra no”), sobre dos mujeres enfrentadas a un aborto, con el movimiento feminista de los 70 como telón de fondo.

“Para mí su cine no es un cine militante”, dijo Varda, “es un cine que plantea preguntas sobre la sociedad, hasta el final”.

Rosalie Varda comenzó su carrera como diseñadora de vestuario y se convirtió más tarde en productora, algo que no era un imposible para ella pese a que no sabía producir.

“¿Pero por qué privarse de hacer las cosas? Además, tenía a lado mío a una mujer que se llamaba Agnès que había producido ella misma muchas de sus películas. O sea que tenía una buena maestra”, dijo, al tiempo que destacó “la mirada” como una de las más grandes enseñanzas de su madre: “mirar a los demás, mirar la vida”.

Durante el festival, presentó la cinta de su madre “Sans toit ni loi” (“Sin techo ni ley”) de 1985 y contó cómo fue el momento en que se enteró que había ganado el León de Oro, el máximo premio del Festival de Cine de Venecia, por esta película.

“Yo estaba en París y no había celulares, no había internet y me llamaron a París diciéndome ‘¡no sabemos dónde está Agnès Varda!”, contó. La directora tenía que estar ese mismo día en Venecia para recoger el premio, pero Rosalie no hallaba la manera de avisarle, hasta que recordó que Agnès le había comentado que había comido en un restaurante de la ciudad. Buscó el teléfono del restaurante, llamó y para su sorpresa le dijeron que la habían visto y que tenían un amigo que la conocía.

“Nos reencontramos en el hotel Excelsior y ahí nos bebimos un Bellini. Fue un momento formidable de felicidad”, contó orgullosa la hija.

La cinta cuenta la historia de Mona, una joven vagabunda que aparece muerta de frío en el campo, cuyos últimos momentos son reconstruidos a través de testimonios de gente que va encontrando en su camino. Mona abandona todo por su libertad, a pesar del hambre y el rechazo.

“Pero esta libertad era también una especie de cárcel en la que estaba sola”, dijo Varda, para quien la mezcla de actores y no actores en el elenco refuerza su veracidad. “El agricultor, el campesino, el obrero, están ahí en su verdadera vida, no están actuando”.

Dijo que el argumento surgió de la propia experiencia de su madre, quien llegó a subir a una joven indigente a su auto para darle un “ride”. En cuanto al diseño de vestuario para la protagonista, Sandrine Bonnaire, la idea era que resistiera y evoluciona con su viaje, poniendo especial atención a sus botas, que comienzan a caer como se va perdiendo su vida.

Bonnarie, dijo, no se lavó el pelo ni las manos para lograr su actuación.