BARCELONA (AP). "Me guardo las palabras para el día 29". La proclama de Lionel Messi, ante un Camp Nou entregado el día de la celebración del tricampeonato de liga del Barcelona, le sirvió de coartada para zafarse una vez más de hablar en público.
El lunes, a las puertas de su segunda final de la Liga de Campeones frente al Manchester United, el astro argentino enfrentó por enésima vez un tumulto de micrófonos y cámaras en la zona de prensa del Camp Nou.
Con semblante serio, casi ausente, como si imaginara las agujas de un reloj que avanza lento hacia el partido mientras escucha las mismas preguntas de siempre, Messi respondió como juega: rápido y directo, sin adornos innecesarios ni tiempo para la reflexión.
"Tengo ganas de que empiece la final", dijo.
Que es un pésimo entrevistado lo saben todos los que se agolpan a su alrededor y los millones que lo siguen al otro lado de las pantallas. Pero a Messi no le pagan por hablar. El es el número uno del mundo sobre un campo de fútbol. Y eso también lo saben todos.
A punto de cumplir 24 años, once en el Barsa desde que Carles Rexach quedara prendado de sus gambetas en un partido ante los mayores, La Pulga no admite discusión alguna cuando la pelota echa a rodar. Si no lo dice él, siempre tímido y humilde lejos del terreno de juego, lo aseguran sus compañeros.
"Hay jugadores buenos, otros muy buenos, otros top y otros que están por encima de todos, que son muy pocos", resumió el lunes el brasileño Maxwell. "Leo está entre ellos, es de los que dejan historia. Una leyenda del fútbol".