Javier Cazares salió disparado hacia la escuela de su hija cuando escuchó que había un tiroteo, dejando su camioneta en marcha y con la puerta abierta antes de correr hacia el patio de la escuela. En su prisa, se olvidó de llevar su arma.
“Muchos de nosotros discutíamos con la policía: ‘Todos ustedes tienen que entrar ahí. Todos tienen que hacer su trabajo’”, recordó Cazares. “Estábamos preparados para ponernos manos a la obra y entrar a toda prisa”.
Al final, 19 niños y dos maestras fueron asesinados a tiros en los aproximadamente 80 minutos que el atacante pasó dentro de la escuela en Uvalde, Texas, una pequeña comunidad predominantemente latina que se encuentra entre campos de vegetales a medio camino entre San Antonio y la frontera entre Estados Unidos y México.
Este relato del tiroteo escolar más mortífero desde la escuela Sandy Hook se basa en una línea de tiempo de las fuerzas del orden, las grabaciones y numerosas entrevistas con residentes de Uvalde en las horas y días posteriores a la masacre.
El hombre que las autoridades han identificado como el atacante, Salvador Ramos, se levantó temprano el 24 de mayo, enviando mensajes inquietantes. Ramos había cumplido 18 años apenas la semana anterior y rápidamente compró dos rifles estilo AR-15 junto con cientos de cartuchos de municiones.
En las horas previas al amanecer en el sombreado barrio de sus abuelos, a apenas 800 metros (media milla) del sitio que se convertiría en el sitio de una matanza, Ramos le escribió a una mujer a través de Instagram: “Estoy a punto de”. También le envió a alguien un mensaje privado por Facebook diciendo que Iba a dispararle a su abuela.
Y en cuestión de unas horas, lo hizo.
En algún momento después de las 11 a.m., un vecino que estaba en su patio escuchó un disparo y miró hacia esa dirección. Vio a Ramos salir corriendo por la puerta principal de la casa de sus abuelos hacia una camioneta estacionada en la calle angosta. El joven de 18 años parecía asustado y tuvo problemas para sacar un vehículo Ford del estacionamiento, recordó Gilbert Gallegos, de 82 años.
Al final Ramos se pudo alejar, con las llantas arrojando un chorro de grava al aire. Momentos después, su abuela malherida salió de la casa de un solo piso, cubierta de sangre.
“Esto es lo que hizo”, gritó ella, recordó Gallegos. “Él me disparó”.
La esposa de Gallegos llamó teléfono de urgencias 911 en tanto él llevaba a la mujer herida a su patio trasero. Mientras se escondían y esperaban a la policía, escucharon más disparos.
FUENTE: Associated Press