"Un blues para Teherán", la película con la que debuta en el largometraje el periodista y escritor español Javier Tolentino, no es documental, ni tampoco una ficción; tiene mucho de cine de investigación y es un musical muy poco al uso pero, más que nada, es una carta de amor a la cultura y al pueblo iraní.
Aunque el director, que habla con Efe por teléfono, se resiste a la definición "cursi", reconoce que la cultura iraní "siempre" le ha gustado, "por eso -explica- el arranque de la película es una especie de homenaje al cine iraní que me ha formado".
"Un blues para Teherán" comienza con un larguísimo plano secuencia en el que la cámara acompaña dentro de su coche a Erfan Shafei, que escucha una pegadiza canción popular en la radio; con esa banda sonora, las calles de Teherán pasan en segundo término.
Shafei, un actor no profesional, es el encargado de mostrar al espectador este país, tan misterioso como culto, a través de la música y sus gentes; él es un joven kurdo, divertido e irónico, que quiere convertirse en director de cine y que funciona como perfecta metáfora de su país, perdido y dividido entre sus dogmas y sus ansias de progreso.
Rodada en tres idiomas, taleshi, kurdo y farsi, la cinta recorre rincones inéditos de Irán sin que la cámara interfiera en las aportaciones de las gentes que pueblan unos paisajes fascinantes; discursos sinceros, a veces, sorprendentes.
"Quiero al país, a su cultura, a su gente, pero por encima de todo, deseo no juntar gobierno o estado con pueblo: yo no soy nadie para llegar allí y juzgar políticamente a un país", declara Tolentino.
Y explica que quiere contar la historia del pueblo iraní, "la cotidianeidad de sus vidas, de los que pescan en el Caspio y te venden sus arroces, para tender puentes y abrir un diálogo a un país misterioso sobre el que nosotros, los occidentales, levantamos ciertos estigmas y prejuicios".
Discípulo y amigo de Abbas Kiarostami, con el que siguió cursos de cine en La Habana, y varias ciudades españolas como Madrid, Murcia y Barcelona, Tolentino contó a la productora Sandra Mora el embrión de un proyecto que, cinco años más tarde, y con la ayuda del veterano Luis Miñarro (Eddie Saeta) culminó en esta especial película.
La cinta, que está llena guiños a directores iraníes de todas las épocas, se apoya en una reunión de músicos -de conservatorio y de la calle- donde sólo hay una mujer, Golmehr Alamiz, que explica con sencillez (y valentía) sus esfuerzos por dejar de ser una excepción.
Cada uno de ellos hace una demostración de su arte que sirve, igualmente, para disfrutar de la bellísima arquitectura de la capital iraní.
"El origen de la música está aquí; todos los instrumentos y los géneros musicales parten de aquí. En Irán das un golpe a una piedra y te salen catorce músicos, cada uno con su instrumento, antiguos y nuevos. Son gente muy culta -afirma Tolentino-, los chavales hablan de filosofía en sus graffitis".
"Y se nota también en su educación; llama la atención que toda esa sabiduría no les haya servido para organizarse un poquito mejor, quizá -se lamenta el periodista-, también tenemos culpa en Occidente".
El guion, añade, excluye "políticos y periodistas" en favor de "personajes". Como Asgar, "un analfabeto subersivo que se atreve a cantar un poema y que se declara en contra de las leyes de sucesión iraníes", un hombre mayor que hubiera querido tener solo hijas. Todo un atrevimiento.
Tras su paso por el Festival Internacional de Cine de Gijón, donde clausuró la 58 edición el pasado mes de noviembre, la idea del director es que su película se estrene antes del verano, aunque este "outsider" del sistema, "heredero e hijo" de las filmotecas españolas, la presentará personalmente en todas las que pueda: de la Nacional, en Madrid, a varias por todo el país.
"Creo que hay un antes y un después de esto en mi vida", se confiesa el madrileño, al que ya han llegado propuestas cinematográficas y planea empezar ya su segunda película, otro "musical" de homenaje a una región española a la que "ama profundamente".