El acercamiento intercoreano ha permitido abrir por primera vez rutas senderistas en la zona desmilitarizada (DMZ) que divide ambos países, aunque el enfado mostrado por Pionyang tras la cumbre de Hanói plantea ahora dudas sobre el futuro del proyecto.
La silueta de un halcón planea acechante sobre las colinas de Daehang, frente a la hermosa costa oriental, mientras un cervatillo pace alegremente entre tupidos pinares y arbustos de rosa mosqueta ante la enternecida mirada de un grupo de turistas.
Por motivos de seguridad solo está permitido tomar imágenes en unas pocas zonas del itinerario y los visitantes lamentan no poder inmortalizar esta idílica estampa que tan bien describe lo que es la DMZ: un ecosistema inmaculado pero enmarcado a su vez por verjas electrificadas, alambre de espino o parapetos de ametralladora.
Este lugar "es claramente la cicatriz" que divide ambos lados de la península desde hace siete décadas, como bien apunta Lee Hyun-mi, que ha sido una de las 20 personas elegidas por sorteo para recorrer este viernes esta ruta que parte de la localidad fronteriza surcoreana de Goseong, a 170 kilómetros al noreste de Seúl.
El sendero, abierto por primera vez a medios extranjeros, es uno de los tres inaugurados entre abril y mayo en la franja Sur de la DMZ gracias al acuerdo firmado en septiembre de 2018 por las dos Coreas de cara a rebajar la tensión militar y convertir la frontera en una "zona de paz".
"No se acerquen a las alambradas porque podrían activar las alarmas instaladas para evitar infiltraciones norcoreanas", exclama Park Jung-hae, la guía oficial, al comienzo del paseo.
No son solo sus palabras las que devuelven a los senderistas a la dura realidad de dos países vecinos que, pese al acercamiento del último año, se mantienen oficialmente en guerra desde 1950.
A mitad del trazado, de unos 2,5 kilómetros de largo, el cadáver chamuscado de una excavadora recuerda que en 2003 un operario militar se topó aquí con una mina.
Se estima que los 250 kilómetros de largo y 4 de ancho que abarca la DMZ esconden aún más de un millón de estas trampas explosivas, aunque, en este caso, el operario tuvo la suerte de sobrevivir, recuerda la guía Park, que enseguida trata de subrayar la suerte que supone recorrer estos caminos, hasta hace nada de uso exclusivo para soldados.
"Se dice que aquí los peces y moluscos mueren de viejos", bromea al señalar la hermosa playa que se atisba al otro lado de las tres filas de verjas electrificadas y donde los pescadores locales tienen absolutamente prohibido faenar.
"Me encanta contar todas las historias que rodean a la DMZ y cada día a gente diferente. Ya sea sobre naturaleza o sobre los episodios acaecidos aquí", explica a Efe Park, que prefiere no pensar en la posibilidad de que las autoridades echen marcha atrás y cierren los senderos ante la actitud adoptada por Corea del Norte en los últimos meses.
Las diferencias del régimen con la Casa Blanca en torno al posible proceso para su desnuclearización han afectado también a las relaciones intercoreanas, que se encuentran estos días en punto muerto, según ha admitido públicamente el Gobierno surcoreano.
Desde la fracasada cumbre de Hanói a final de febrero Pionyang ha endurecido su retórica para con su vecino del Sur e incluso ha lanzado misiles de corto alcance con el objetivo de presionar a Seúl para que trate de ablandar la postura de Washington sobre el desarme.
El joven soldado Lee, miembro del nutrido grupo de militares que debe acompañar a los senderistas durante cada visita, también trata de mantener un espíritu positivo y dice alegrarse mucho de que le hayan destinado a la ruta senderista de Goseong para cumplir con el servicio militar, obligatorio para todo varón en Corea del Sur.
"Si es por la paz, entonces vale la pena", concluye convencido.
FUENTE: EFE