Mientras los países más ricos se apuran para distribuir vacunas contra el COVID-19, Somalia sigue siendo uno de los pocos lugares del planeta donde gran parte de la población ni siquiera se toma en serio al coronavirus . Algunos temen que eso resulte ser más letal de lo que nadie se imagine.
“Ciertamente, nuestro pueblo no usa ningún tipo de medidas protectoras , ni mascarillas ni distanciamiento social”, dijo en entrevista Abdirizak Yusuf Hirabeh, el director del gobierno para incidencias de COVID-19. “Si te mueves por la ciudad (de Mogadiscio) o en el país, nadie habla siquiera de eso”. Pero las infecciones sí están aumentando, agregó.
Son los lugares como Somalia, la nación del cuerno de África devastada por tres décadas de conflicto, los que serán los últimos en recibir vacunas contra el COVID-19 en cantidades significativas. Con parte del país todavía controlado por el grupo extremista Al Shabab vinculado con Al Qaeda, es elevado el riesgo de que el virus se convierta en endémico en algunas áreas de difícil acceso: un temor para partes de África en medio de la llegada de las vacunas, que se espera que será lenta.
“No hay investigación real ni práctica sobre el asunto”, dijo Hirabhe, quien es también el director del hospital Martini en Mogadiscio, el más grande en atender a pacientes con COVID-19. Él mismo atendió a siete pacientes nuevos el día que habló con la AP. Reconoció que ni las instalaciones ni el equipo son adecuados para que Somalia enfrente al virus.
Se han realizado menos de 27.000 pruebas del virus en Somalia, un país con más de 15 millones de habitantes, una de las tasas más bajas en el mundo. Se han confirmado menos de 4.800 casos, incluidas al menos 130 muertes.
Algunos temen que el virus minará la población como otra mal diagnosticada, pero mortal, fiebre.
Para el pordiosero Hassan Mohamed Yusuf, de 45 años, el temor se ha convertido en casi una certeza. “Al principio veíamos este virus como otra forma de la influenza”, comentó.
Luego, tres de sus hijos jóvenes murieron después de tener tos y fiebre elevada. Como residentes de un campamento improvisado para personas desplazadas por el conflicto o la sequía, no tenían acceso a hacerse pruebas para el coronavirus ni atención adecuada.
Al mismo tiempo, agregó Yusuf, el virus afectó sus intentos de conseguir dinero para atender a su familia ya que “no podemos acercarnos lo suficiente” a personas para mendigar.
A principios de la pandemia, el gobierno de Somalia intentó implementar algunas medidas para limitar la propagación del virus, cerrando escuelas y cancelando todos los vuelos nacionales e internacionales. Los celulares traían cada vez más noticias sobre el virus.
Sin embargo, el distanciamiento social que se aplicó primero casi ha desaparecido de las calles, mercados o restaurantes del país. El jueves, unas 30.000 personas llenaron un estadio de Mogadiscio para ver un partido de fútbol regional, sin mascarillas ni otras medidas para protegerse del virus.
Un factor a favor del país africano es la juventud relativa del pueblo somalí, dijo el doctor Abdurahman Abdullahi Abdi Bilaal, quien trabaja en una clínica en la capital. Más de 80% de la población del país tiene menos de 30 años.
“El virus está aquí, absolutamente, pero la resiliencia de las personas se debe a la edad”, agregó. Es la falta de investigaciones postmortem en el país lo que evita que se detecte la verdadera extensión del virus, agregó.
El próximo desafío en Somalia no es sólo obtener las vacunas contra el COVID-19, sino lograr persuadir a la población a que las acepte.
Esto tomará tiempo, “igual como tardó para que nuestro pueblo creyera en las vacunas contra la polio o el sarampión”, dijo un preocupado Bilaal.