El exceso de riego en uno de los parques más hermosos de Lima está acabando con un puñado de olivos plantados en el siglo XVII tras la conquista española. Adicionalmente, el hecho es una muestra de derroche del agua en la segunda ciudad más grande del mundo construida en un desierto.
Las diez hectáreas tapizadas con césped del parque El Olivar —en un municipio donde viven buena parte de los ricos de Perú— son inundadas cada semana con unos 9.000 metros cúbicos de agua de río, pero el líquido, necesario para mantener el césped, perjudica con su humedad excesiva a los 1.700 olivos y en especial a 11 de casi 400 años debido a que estos árboles solo necesitan ser regados una vez al mes.
Durante el último medio siglo ninguna autoridad le prestó atención al problema y gastaron ingentes cantidades de agua para regar el césped, pero la nueva gestión municipal que entró en 2015 estudia la posibilidad de reemplazar el pasto para así evitar que las raíces de los árboles salgan a la superficie y luego se desplomen, como ocurrió con uno de los árboles en 2014.
"Estamos viendo como una preocupación prioritaria de nuestra gestión el cambio de césped y el mejoramiento del sistema de riego", dijo a la AP Fernando de la Vega, un ingeniero forestal supervisor de áreas verdes en el rico municipio limeño de San Isidro.
Aunque los olivos llegaron a Perú en 1560 desde España, no se sabe con exactitud quién sembró los del parque. El primer registro está en un inventario colonial de 1730, cuando se contabilizaron 1.500 olivos. En 1777 se convirtió en propiedad del conde Isidro de Cortázar y en 1930 dejó de ser un huerto cerrado para convertirse en un espacio público.
Su ubicación en una zona exclusiva con abundantes vigilantes y empleados de limpieza pública es un imán que a diario atrae a decenas de enamorados, madres con sus pequeños hijos o parejas de recién casados que cruzan varios kilómetros desde zonas desérticas de Lima, casi sin parques, para retratarse en medio de la verde belleza de El Olivar.
"Hay tranquilidad, hay armonía, es espiritual, uno se relaja, es romántico", dice Laura Sánchez, de 67 años, quien con frecuencia viaja unos 8 kilómetros en bus desde su casa en la periferia para contemplar en soledad el parque donde hasta el año pasado paseó por cuatro décadas con su marido, ahora fallecido.
La maestra Maureen Vilca, que enseña en una escuela católica en una zona donde casi no existen áreas verdes, trajo de excursión a sus alumnos de primaria para que "tengan contacto con la naturaleza". "Lima está construida sobre un desierto", recordó mirando a los olivos, especie que al necesitar tan poca agua se adapta al desértico clima capitalino.
La Organización Mundial de Salud recomienda que se debiera tener al menos 9 metros cuadrados de áreas verdes por persona y consumir hasta 50 litros de agua diarios. En promedio Lima no cumple con ninguna de esas sugerencias, de acuerdo a datos oficiales.
En la capital peruana los distritos con mayor ingreso per cápita tienen mayor número de áreas verdes en comparación con el resto que viven en zonas donde apenas se llega a un tercio de lo sugerido. Faltan en total unas 2.211 hectáreas de áreas verdes en Lima.
Salustio Pomacondor, un experimentado ingeniero forestal, afirma que Lima jamás ha tenido una política de arborización e impulso de áreas verdes ligada a su clima casi sin lluvias, que hace que escasee el agua. "Cada uno planta lo que le viene en gana", dijo por teléfono y recordó que en el centro metropolitano de la ciudad incluso se han sembrado hasta sauces, un árbol que necesita 150 litros de agua por semana. Un hermoso malecón -compuesto por 15 parques cubiertos de césped frente al Pacífico- es otro ejemplo de riego intensivo de agua.
La entidad estatal que supervisa el suministro del agua afirma que la mayoría de los nueve millones de limeños no poseen conciencia de la escasez del agua pese a vivir en una ciudad donde en promedio casi nunca llueve más de 9 milímetros por año.
En una capital con marcadas desigualdades, más de 700.000 limeños no tienen agua; pero el resto que sí la posee consume en promedio 250 litros diarios, más que sus vecinos en Bogotá (168), Quito (220), La Paz (120) y Santiago (200), según cifras oficiales.
FUENTE: AP