Algo tan cotidiano como tomarse de las manos o besarse en la boca en público parecía algo impensable para Dayanny Marcelo y Mayela Villalobos, cuando hace cinco años decidieron vivir como pareja en la ciudad turística de Acapulco, en el Pacífico mexicano.
Decididas a desafiar esa realidad, la pareja viajó esta semana a la Ciudad de México —donde desde hace 12 años se permiten los matrimonios entre personas del mismo sexo— para participar en una ceremonia masiva de bodas igualitarias organizada por el gobierno de la capital mexicana, como parte de las celebraciones del mes del orgullo LGBT.
En medio de la plazoleta del Registro Civil, en el centro de la capital, y rodeadas de un centenar de parejas de la comunidad LGBT, Villalobos y Marcelo sellaron la tarde del viernes su unión matrimonial con un beso en la boca, mientras se escuchaba de fondo la marcha nupcial.
El matrimonio igualitario, que se permite en 27 de los 32 estados de México, es considerado una de las mayores conquistas de la comunidad LGBT, que ha sido refrendada por las sentencias de 2010 y 2015 de la Suprema Corte de Justicia de la Nación.
México, Brasil y Argentina encabezan los registros de matrimonios igualitarios en Latinoamérica.
La activista Mariaurora Mota, cosecretaria de la Coalición Mexicana LGBTTTI +, afirmó que se han logrado avances, pero aún falta un camino largo para que se garanticen en todo México otros derechos fundamentales, como el cambio de identidad y el acceso al seguro social, y se permita a los menores de edad trans cambiar su acta de nacimiento de acuerdo con su identidad de género.
Aún marcadas por las limitaciones que enfrentan a diario en Acapulco, Marcelo y Villalobos dijeron sentirse extrañas al caminar tomadas de la mano por las calles de la capital mexicana. “Me siento nerviosa”, afirmó entre risas Villalobos, una estudiante informática administrativa de 30 años, mientras su pareja le sostenía la mano.
Tras relatar los años difíciles que pasó durante su infancia y adolescencia en el norteño estado de Coahuila, donde creció en una comunidad cristiana y conservadora, la estudiante admitió que siempre vivió en una “pelea interna” porque sabía que tenía una orientación sexual diferente y no podía expresarlo a su familia por temor a que la rechazaran. “Siempre lloraba porque yo quería ser ‘normal’”, agregó.
No fue hasta los 23 años cuando Villalobos se asumió como lesbiana y se lo dijo a su mamá.
La estudiante nunca pensó que ese conflicto la acompañaría hasta Acapulco, donde se mudó en 2017. Luego decidió irse a vivir con Marcelo, una empleada de un comercio de 29 años.
Marcelo, quien es originaria de Acapulco, relató que en su caso el proceso de aceptación de su identidad sexual no fue tan traumático, pero reconoció que no fue hasta los 24 años cuando se asumió como pansexual gracias a la ayuda de la organización civil Cuenta Conmigo, que presta apoyo educativo y psicológico a miembros de la comunidad LGBTIQ+ y sus familias. La conoció cuando vivió un tiempo en la capital mexicana.
Al ver las fachadas de los edificios del gobierno capitalino adornadas con dos inmensas banderas arcoíris, al igual que muchos edificios y comercios de la Ciudad de México, Villalobos reacciona sorprendida al comparar esas escenas con las que vivió en su natal Coahuila o en Guerrero. “En un mismo país la gente es muy abierta”, mientras en otro sitio del mismo país “la gente es de mente cerrada, con muchos mensajes de odio a la comunidad”, sostuvo.
Marcelo admitió que cuando vuelva a Acapulco, ahora casada, la vida de discriminación no cambiará, pero dijo aspirar que en su empresa le reconozcan el acta de matrimonio para poder incluir a Villalobos en su seguro médico.
Para Elihú Rendón y Javier Vega Candia, quienes nacieron y crecieron en la capital mexicana y se declararon gays sin mayores dificultades, la realidad ha sido muy diferente.
“Estamos en una ciudad donde nos están abriendo todos los derechos y las posibilidades, incluso haciendo esta boda de LGBT comunitaria”, afirmó Vega Candia, un profesor de teatro de 26 años, mientras sostenía emocionado la mano de Rendón y alardeaba del anillo de compromiso que le regaló poco antes de que decidieran vivir juntos a un pequeño apartamento del centro de la ciudad, decorado con cientos de figuras de dibujos animados de colección.
Al salir a caminar por calles de la capital, Vega Candia y Rendón, de 28 años y empleado administrativo de Uber, no desaprovechan ninguna oportunidad para expresar su afecto y en medio de un paso peatonal se abrazan y bailan mientras aguardan el cambio de luz del semáforo.
“Estoy feliz de haber nacido en esta ciudad pensando en que tenemos estos derechos y no como otros países donde podrían matarnos”, afirmó Vega Candia.
FUENTE: Associated Press